Sobre TAJO:

“Somos aficionados a la poesía. No somos profesionales. Que eso quede bien claro, pues una buena parte de nuestra crítica es potenciada desde esa perspectiva, desde esos campos abiertos que supone tal condición". (Roberto Bolaño)

sábado, febrero 22, 2014

Cuento: "Mi dolor" de Yurico Montañez Huamani

Yurico Montañez Huamani (Cusco, 1989)


Fue llevado  a los meses de nacido a Palcazú (selva de Pasco) donde vivió hasta los tres años. Creció en Lima con su hermano y padres, como buen provinciano. Estudió en la Universidad Nacional Federico Villarreal en la Facultad de Educación - Especialidad de Lengua y Literatura. Admira la poesía de Vallejo. También los cuentos de Ribeyro y Cortázar. En la actualidad se desempeña como docente del curso de Comunicación. Es curioso, tímido y soñador. Gusta de la patafísica y encima, obtuvo el oro de los Juegos Florales 2013 en su Facultad.

MI DOLOR

Una mañana salí hacia el hospital para seguir con mi tratamiento. Llegando a mi destino  observé a mucha gente con miradas soñolientas, me  dispuse a esperar mi turno para que puedan atenderme.
El tiempo transcurrió, noté que el reloj marcó las once de la mañana, cuando de pronto mi cuerpo sintió un vibrar muy extraño. Toqué mi bolsillo izquierdo: mi celular avisaba una llamada. Observé el número: era desconocido y de un teléfono fijo (pensé detenidamente que algo muy terrible estaba por suceder, puesto que es raro que me llamen). Apelé a la función fática para contestar mi celular; era mi madre con una voz llena de tristeza y dolor, me preguntó a qué hora iba salir del hospital. Le respondí dubitativo y  acongojado también, porque la pena de mi madre era la mía; quise preguntar por la razón de su tristeza creyendo ilusamente que la  causa sea un problema minúsculo, pero la respuesta fue devastadora. Me dijo ella: “tu abuelo falleció, viajaré a Cuzco, ven pronto”. Contesté por inercia – sí, mamá, voy lo más rápido que pueda- por dentro sentí una emoción indescriptible, es como si faltará el aire y a la vez el cuerpo se tiñese de frialdad comparada tan solo con los polos en su máximo esplendor, eso sentí.
No sabía qué hacer, a dónde mirar, cómo actuar ni me explicaba qué hacía en el hospital; mis ojos llorosos observaban el ambiente infestado de personas. Al frente de mí estaba una señora, que unas horas antes me habló de los remedios caseros contra la gastritis crónica, creo que notó mi tristeza, pero quién podía entender mi dolor, jamás perdí un familiar tan cercano. Estaba acoquinado por lo ocurrido, me preguntaba- ¿Qué es la muerte en realidad?- ¿será como lo retrató Dante o como lo describió Homero?. Lo cierto que todos los seres humanos pasamos por esa etapa ya sea como actores protagónicos o como tristes espectadores. Subí un poco la cabeza, miré al cielo y sentí el viento que acompañaba mi dolor. Después de unos segundos atisbé a una persona enjuta, demacrada, de talla mediana que me hizo recordar a mi abuelo que yace en los brazos de Tánatos. Me acordé los breves momentos que pasé a su lado, las historias que me contó. Pensé en una de ellas.
En aquel entonces, él me dijo que cerca de Apurímac existía un pueblo llamado Añocara. Explicó que está muy alejado y que nadie puede llegar a él estando vivo, pero cuando el ser humano descansa, quiero decir, muere, llega a este pueblo que tiene como habitantes a infinidad de perros, aunque no vivos exactamente sino sus almas. El ser humano, me decía él, en vida tiene muchas actitudes buenas, aceptables y muy malas. Cuando pasamos al mundo de los muertos, nuestras formas de actuar son juzgadas una por una, al derecho y al revés. Pero antes de llegar al juzgado, hecho por ángeles, ellos deben cruzar el río de Añocara que no es una corriente normal, sino en vez de agua, hay sangre. Para que nuestras almas puedan cruzar, me seguía contando, debemos de pasar con la ayuda de las almas de los perros que hayamos criado, empero no es del todo fácil porque los perros que estuvieron a nuestro cuidado y no fueron tratados como se lo merecen (tuvieron una vida llena de maltratos), ellos no nos ayudarán a cruzar y nuestras almas vagarán eternamente sin poder ser juzgados por los ángeles ni tener un descanso pleno. En ese tiempo reflexioné sobre el cuidado de las mascotas.
Luego de rememorar esa historia me puse a cavilar, si es que mi abuelo trató bien a sus perros para que le ayuden a cruzar el río, para obtener luego un descanso pleno. Escuché mi nombre, era la enfermera indicándome el turno de ingresar al consultorio. Caminé pero en cada paso que daba sentía como si entraba a otro mundo, cuando llegué a mi destino estaba el doctor sentado; me pidió que le contara mis dolencias, tan solo le mencioné las menos importantes, ya que las de mayor relevancia eran familiares. Me recetó algunas pastillas contra mi enfermedad, quise contarle mi tristeza pero no pude, porque si lo hacía el río de penas iba brotar de mi faz. Salí de inmediato recordando la promesa que le hice a mi madre de llegar lo más pronto a mi casa. En mi intento de hacerlo me llamó la señora que trató de ayudarme con recetas caceras, me indicó que es lo que debía tomar. Sinceramente quise callar sus palabras y pedirle un abrazo para calmar mi dolor. No lo hice, solo la escuché y me fui raudo.
Al llegar a mi casa, mi madre abrió la puerta y me contó detalladamente lo que sucedió. Ya no pude contenerme, un río caudaloso recorrió mi faz, fue tan fuerte que me arrodillé, me tapé los ojos y de mi boca solo brotaban penas. Miré a mi madre y me envalentoné. Le dije- tranquila, mamá, todo estará bien- mis padres ya tenían sus maletas hechas para viajar a Cuzco. Ambos me dieron consejos para cuidar la casa.

 Se fueron, quedándome solo en casa; mi valentía terminó cuando mis padres cruzaron la puerta. Lloré por infinidad de razones. Divagué en un mundo donde las penas son el pan de cada día. Recapacité: cuando mi abuelo estaba conmigo no dialogué mucho con él, creo que uno de los causantes fue el código usado por ambos. Traté siempre de interpretar su lenguaje pero muchas veces fue un impedimento; aunque cuando el amor familiar y las ganas de interactuar con las personas se efectúan, ese impedimento se hace minúsculo. Ahora tengo la oportunidad de conversar con mi abuela, aunque no entienda bien su idioma (quechua). Entendí que el vínculo afectivo puede más, escucharé cada palabra, observaré cada gesto y le diré te quiero ahora y no después.

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