Sobre TAJO:

“Somos aficionados a la poesía. No somos profesionales. Que eso quede bien claro, pues una buena parte de nuestra crítica es potenciada desde esa perspectiva, desde esos campos abiertos que supone tal condición". (Roberto Bolaño)

martes, enero 31, 2012

A propósito de "Encuentro de escritores"

Oviedo: crítico fantástico (Gregorio Martínez)


03 ago (Perú.21) Gregorio Martínez entra también en la polémica literaria y nos ofrece una crónica de sus encuentros y desencuentros con el crítico José Miguel Oviedo.

José Miguel Oviedo sostiene, en artículo publicado en Perú.21, que "cuando las polémicas surgen de un planteamiento erróneo, no sirven sino para envenenar el medio intelectual". Me ruboriza la pureza arcaica de Oviedo y su referencia a los coletazos y a la reyerta de escritores que ha dejado atrás el congreso realizado en Madrid. Siento vergüenza por su fácil y cómodo cinismo. Quizás cinismo sea demasiado. Por su descaro sería más concordante. Si Oviedo buscara "desahuevina" en Google, al instante recibiría la dosis que le corresponde, su trozo de post modernidad.

Y qué feudal el pensamiento de Oviedo. Que Peisa publicó a Miguel Gutiérrez gracias a la recomendación de un regio. Un libro, maese Oviedo, es mercancía desde cuando lo hacían a pulso los monjes benedictinos en Monte Cassino, antes que naciera la imprenta, la modernidad y el capitalismo. Oviedo, todavía medieval, imita tarde a Cervantes, que le dedicó El Quijote al duque de Béjar. Bien podría tomar lección actual de Pietro Aretino, antifeudal, que le dedicó Sonetos lujuriosos a su propia pichula.

Tarde conocí a Oviedo. Nunca en Lima, ni siquiera de vista. Fue en Washington D.C., en una exposición del pintor Fernando de Szyszlo. Oviedo no había ido por amor al arte sino porque en tal evento se empezó a cocinar, en Estados Unidos, la candidatura presidencial de Mario Vargas Llosa, también presente en el acto y muy efusivo con cada quien.

A Oviedo le vi cara de espanto. Soy feo, pero no es para tanto. Verdaderas bellezas me han seducido y noqueado sin remedio en el ring de las cuatro perillas. Bueno, reconozco que el cronopio Alfredo Portal me llama "Upercut" Martínez. Y una vez entré al Hospital Militar, en Lima, donde César Lévano estaba preso, incomunicado y enfermo, solo con decirles a los guardias armados: Soy el coronel Martínez.

Que Oviedo no me conociera ni en pintura, eso no fue óbice para que escribiera solapa (eso creía él) un artículo de malaleche contra mi primera novela, Canto de sirena. No lo publicó en Lima. Se trataba de meter veneno con premeditación. Oviedo calculó bien en dónde ese torpedo podría surtir efecto. "Crítica al sesgo", de título dudoso, apareció en una revista académica de México.

Sospecho que el malestar de Oviedo a causa de mi escritura comenzó cuando vio que en los coloquios sobre literatura de América Latina algunos especialistas presentaban ponencias en torno a las dos obras que tenía publicadas. En especial Dick Gerdes, el traductor al inglés de Un mundo para Julius.

Algo más, hasta la fecha el artículo de Oviedo no aparece en ninguna bibliografía. Sigue soterrado. Si lo registra el libro de Milagros Carazas, Orgía lingüística de Gregorio Martínez, 1998, es porque yo se lo alcancé. Incluso la obra de Blas Puente, Poética narrativa en Canto de sirena, publicada por Peter Lang en Nueva York, 2004, no lo consigna.

Fue para cortar el brote de un escritor diferente que Oviedo escribió "Crítica al sesgo". Nadie iba a enterarse en el Perú. En cambio, muchos profesores en Estados Unidos iban a recibir la revista con el artículo socavador. Así llegó a manos del peruanista alemán Wolfgang Lutching, especialista en Ribeyro. Lutching, que no era un desprevenido, de inmediato le envió copia a Carlos Milla Batres.

Dicho texto de Oviedo está plagado de mentiras. Dice que soy un autor sin oficio, aislado del mundo literario. Que Canto de sirena apenas había despertado cierta curiosidad en Lima. Remata con la afirmación de que se trata de una obra frustrada que ni siquiera llega a ser novela. Había sentenciado el pontífice.

Todo al revés. Conocí la literatura en el bar Palermo. Ocurre que por angas y por mangas vengo de culturas ágrafas (quechua y afro). Mi único antecedente literario es por el parcial ancestro chino de mi madre. Por curiosidad había leído de niño al mallorquí Ramón Llull del siglo XIII, al iqueño Gustavo Pineda, fragmentos de Ciro Alegría, Arguedas, El Quijote. Nilo Espinoza fue el primero que me habló de Ulises de James Joyce cuando nos conocimos en el bar Palermo. Andrés Cloud me mostró lo que era un monólogo interior. Después, en el Grupo Narración, me embarqué en un aprendizaje con Augusto Higa, Antonio Galvez Ronceros, Miguel Gutiérrez.

Por otro lado, el crítico y editor francés Maurice Nadeau, el célebre autor de Historia del surrealismo, había adquirido los derechos de Canto de sirena. Nadeau era un editor pobre, pero inigualable. Entre sus pocos autores figuraban Robert Musil, Witold Gombrowicz, Malcolm Lowry, J.M.Coetzee, aún desconocido, y otros raros. Mientras Oviedo le negaba todo mérito a Canto de sirena, Alberto Escobar asesoraba a la traductora Sylvie Koller.

En el mismo periodo, sin conocerme, el famoso historiador Ruggiero Romano, maestro de Alberto Flores Galindo, Manuel Burga, Germán Peralta, le echó el ojo a Canto de sirena y le pasó el dato a Editorial Einaudi de Italia. Pese a la cortina de humo tendida por Oviedo, Ruggiero Romano llegó a Lima. Nos reunimos en el bar del Hotel Crillón. El prestigioso maestro no se aguantó. Se levantó de la mesa y fue a ponerle un cable a Einaudi a través del telex del Hotel Crillón.

Tiempo después, la actitud de Oviedo fue imitada por Mirko Lauer. Culeco de celos, le cambió el título a un artículo que envió a La República Roberto Reyes y le puso "Por qué nadie lee a Gregorio Martínez".

Pero a José Miguel Oviedo, luego de conocerlo de paso, jamás le guardé rencor. Entendí que esos celos resultan naturales en alguien que se creía con derecho a otorgar la fama. Por eso fui amigable cuando lo encontré en un evento sobre literatura peruana que se realizó en Nueva York. Dicho coloquio, de 1998, lo organizó Alfred Mac Adam, el traductor de Carlos Fuentes. Fue en el palacio de los Rockefeller, donde había un gran salón lleno de arte, oro y antigüedades, denominado El cuarto de Atahualpa. De Lima llegaron Pablo Guevara, Carmen Ollé y Fernando Ampuero.

Al final, el fotógrafo Lorry Salcedo me dijo para tomarme una foto con Pablo Guevara. El cónsul peruano en Nueva York, Iván Rojas, hermano de Hugo Neira, me pidió un lugar en la foto. No sé de dónde apareció Oviedo y clamó: "Gregorio, ¿puedo entrar?" Antes que le contestara, se clavó. Me pareció un gesto de amistad para borrar toda suspicacia.

Qué inocente fui. Un par de años más tarde, en 2002, Pedro Escribano entrevistó a Oviedo para La República. Todo a propósito de una antología de narradores. Ya en el último tramo de la entrevista, Pedro Escribano le preguntó a Oviedo por qué había omitido a Gregorio Martínez. No lo conozco, respondió con cara de palo. Si lo hubiera dicho con ironía, lo alabaría aquí. Pero no, Oviedo lo dijo en plan de espléndido impostor.

domingo, enero 29, 2012

Miguel Ángel Zapata Premio Latino de Literatura

Saludos a Miguel Angel Zapata por el Premio Latino de Literatura 2011 en la categoría de Poesía por su libro Fragmentos de una manzana y otros poemas publicado por la Biblioteca SIBILA / Fundación BBVA, una de las casas editoriales de mayor prestigio en España.

Los interesados pueden descargarse sus libros vía pdf en http://literaturaenpdf.blogspot.com/ 

Memorias de un lector de bus




Nosotros que queríamos vivir
sencillamente….
pronunciar las palabras que vencen a la muerte….
(Sabina)

Al principio no me lo quiso recibir, argumentando que tenía
mucho que leer como para perder el tiempo en alguien que no es
conocido. Este crítico es como la humanidad. Rechaza y después
canoniza. Primero mata cruelmente para después llorar sobre tumbas
frías.
(El CAMINO, EL AMOR Y UN CARTERO)


La vida. 

Esa que aprendimos a beber de la mano de las calles, en los parquecitos, conociendo el cemento, el cielo anubarrado, la idiotez de la sociedad. La vida que es mirar. De eso esta formado "El camino, el amor y un cartero" poemario   de Alex Alejandro Vargas. De unas ganas agridulces de estar vivo. Y estar vivo, claro, es cometer torpezas, ser cursi, no darle límite a la inocencia. 

Lo leí, hace unos años, mientras un bus me llevaba inexorable al trabajo de todas las mañanas. Con la frente marchita y el rabo entre las piernas era profesor de Lengua y Literatura. Para darme ánimos -Los necesitaba urgentemente-, me torne lector de bus.  Los lectores de bus no pueden leer filosofía, ni libros muy densos, o literatura decimonónica.  Los lectores de bus o chapan cuentos o poemarios. ¿Se puede leer a Joyce escuchando Claroqueteclavolasombrilla?

Escondido tras un libro, era fácil no pagar pasaje, y despistar a la tristeza mañanera.  Ya cuando se ponían moscas y pedían los boletos para comprobar  no decía esta boca es mía. Nunca dije esta boca es mía. Me hacía el loco.  O me ponía a buscar de nuevo, de nuevo, una y otra vez, pero nada. Disculpe señor, se me cayo.  Finalmente, cansados de mí, seguían de largo y yo feliz de la vida.

Una de esas mañanas nubladas, abrí de súbito ese librito –librito por su tamaño y por su ternura- La portada, a cargo de Fito Espinoza, era una delicia: dos niñitos tirados en el pasto verde a ojos cerrados.  Mis lecturas, quizá, no eran del todo tiernas. Estaba en mi época de HoraZero, Beatnik, Celine. Mi época de a la mierda los demás y prohibido prohibir. Pero cuando algo bueno llega uno sabe sentir su trascendencia. Y hacerle un espacio en el corazón.

Lo primero que capte fue la trama.  ¿Cuándo un poemario  era, a demás de una selección de poemas, una historia? ¿Qué tan pensando estaba todo eso? ¿Y quién era Alex Alejandro? ¿Alejandro era su segundo nombre o su apellido?

Cansado de buscarme, decidí tomar mi bolso de cuero y
salir a caminar por el mundo para encontrar lo que uno
busca sin saberlo.

Sí, no sólo mostraba, sino contaba. Había estructura y fondo. Al píe de pagina de cada poema explicaba su fin y contaba una historia.  Y lo que contaba me tocaba con agujas de vudú.

La idea era la de un cartero que se desplaza por el mundo dejando poemas –poemas que son cartas- y en cada uno para abrir una nueva ventana, ordenar la casa, tocar las puertas.

La sinceridad, el mundo, la vida, los conflictos sociales, la revolución, el Che, la contemplación, el volver a mirar, el “volver a vivir sencillamente”. El cielo, los marineros que eran tristes para todos pero mágicos porque vivían poéticamente, los niños que sólo deben ser niños, el amor como esa lengua que irrumpe en todo, el amor como la única canción posible, y las cartas que van llegando a todos, pero que solo tienen un único fin: dejar de sufrir, orear el sufrimiento, a cambio de unas ganas inmensas de vivir.  Todo condensando en poemitas que, aunque rosen con lo cursi y lo infantil (en el buen sentido de la palabra), son ternura y canción.

Escribo por agonía,
porque no puedo expresar
lo que llevo atravesado en mi garganta,
porque las palabras me parecen inexactas.

Y Alex, tiempo después, me lo diría en secreto: en realidad, el cartero soy yo. Esta es mi historia. La historia de mi vida.

Orlando Felix, mi pata de la universidad, me dijo algunas cosas sobre el libro. Se lo preste al otro día de leerlo, muy entusiasmado. En el patio central, en el mediodía caluroso, Orlando se lo leyó de un porrazo. Casi lloró, me confeso, y le creí.
Luego, conversando, me dijo que no sobrevive a una segunda lectura. Sin embargo, sería el libro que le daría a un niño que empieza a vivir. Vivir. Y retomamos esta palabra, Alex, porque, aunque la felicidad es un lugar hermoso, también es un estado, no sólo de contemplación, sino de acción. Gracias Alex, haces que la poesía retome su curso, no sólo exaltación lírica, vanguardia tonta, pose y estupidez, sino sentimiento. Y de cojones y con carajos, porque sentir no te hace menos. Sentir es más. Y tus poemas cumplen esto. Por eso, gracias, a demás y todavía.

BONUS TRACK


-Formas de leerlos: Leer escuchando Los Panchos. Leer en el bus. Leer en la arena. Leer en al aire. Leer en el pasto. Pero leerlo.

-Puntaje: un número que no se lo digo  nadie.

-Pagina donde bajar el libro gratis:

Escritor por Matías Aznar

jueves, enero 26, 2012

Estafas laborales





Era lunes y había postulado a más  de 5 trabajos por internet. Ahora sólo tenía que esperar a que me llamasen. Si el destino lo quería, podría estar trabajando la próxima semana. Esperé un día y nada, el segundo... y apenas una llamada telefónica, pero era mi madre. Mis padres me seguían mirando con esa mirada que te dice, “trabaja, vago de mierda, que tienes 24 años y una carrera y sólo paras en la casa.” Claro, leer y escribir para ellos no es trabajar, eso sólo lo hacen los ociosos platudos. Me estaba desesperando. Pero en el tercer día, mientras corregía un cuento, sonó mi celular. Vi en la pantalla para saber quién era—uf, no era mi madre—y respondí. Una voz femenina preguntó por mí y en inglés.


—¿Este es Dennis?


—Sí, soy yo.


MuybuenastardessoyJenniferBlahblahblahllamoderecursoshumanasyquisierasabersiustedestáinteresadoeneltrabajoblahblahblahhemosquedadomuysorprendidosporsuresumeporfavorcuandopodemosentrevistar.


Me quedé turulato con la rapidez con que me había hablando la chica y a penas atiné a decir, aja, okei, yes, yeah, of course. Luego me preguntó, con la misma rapidez, si miércoles estaba disponible para una entrevista. Le dije que a las 5 estaría bien y ella me dijo, eso creí entender, que me iba a enviar un correo electrónico confirmándome la cita.


No voy a mentir que me emocioné.  A pesar de que sólo pude entender la mitad de sus oraciones, logré apuntar la información más importante, la fecha y la hora de la entrevista. Para cerciorarme, entré a mi correo electrónico. LV consultants me había mandado dos correos. Supuse que era la empresa que me había contactado.


“Después de revisar su currículum, estamos deseos de invitarlo para una entrevista laboral para nuestro departamento de marketing y ventas. Recursos humanos ha quedado impresionando con su currículum y está interesado en sentarnos para discutir con mayor profundidad la vacante para usted.”


Lo primero que me vino a la mente es que en ningún momento había aplicado a tal empresa. Que yo recuerde, sólo había aplicado a trabajos relacionados con el sector educativo y social. Nunca se me ocurrió vender en una consultoría. Decidí investigar. Disque la empresa era innovadora en atención al cliente, su revolucionario sistema personalizado garantizaba una relación con el cliente más profunda, que su estrategia one-to-one  costumer services era el nuevo método de ventas, que representaban a las 500 empresas Fortune, etc, etc, etc. El diseño de la página web, la forma como se presentaron, el servicio al cliente individualizado me hicieron sospechar y de repente recordé, aquel invierno del 2009, cuando aún estudiaba en WCSU y estaba desesperado por conseguir dinero. Sí, me acuerdo perfectamente.


Estaba en la pasillos solitarios de la universidad, sin ningún plan, sin ningún amigo, sin ninguna motivación para siquiera ir a la biblioteca. Merodeaba por las aulas cuando me acerqué al periódico mural y comencé a leer los avisos publicitarios. Ahí estaba, Vector-Cutco, una empresa joven e innovadora, busca jóvenes—disculpen la redundancia—que sean emprendedores y seguros de sí mismos para trabajar para nosotros tiempo medio y a 18 dólares la hora. (Para los que no saben, el sueldo mínimo en Connecticut es 8 dólares la hora) Arranqué el aviso y llamé a la empresa. Una voz muy sensual me contestó. Me preguntó mi nombre y al toque me reservó una entrevista para las 5 de la tarde. Emocionado salí de la universidad. No me importó el día lluvioso, el cielo gris, los arboles moribundos, la soledad de siempre.


Ni siquiera tuve tiempo de comer un aperitivo. Me bañé, me puse mi mejor ,y único, terno y bien perfumado, con mi resume en mi mano, escribí la dirección en el gps y me embarqué hacia mi nuevo trabajo.


La oficina estaba detrás de una galería comercial, casi a oscuras, sin una buena iluminación y sin ni siquiera el rotulo de la empresa. No había recepcionista. El piso no estaba alfombrado. Mesas rústicas adornaban pobremente la oficina de cemento. De las paredes blancas colgaban fotos de la empresa. Una gran espada samurai se pavoneaba en una mesita pequeña. En una banca larga 3 o 4 personas esperaban su turno. Una joven mulata salió de un cuarto y muy cortésmente me preguntó si yo era Dennis y yo le dije que sí y ella me pidió que tomará asiento. Los demás postulantes tenían una cara de desesperados, de derrotados, de fracasados irremediables. Noté que estaban nerviosos, al igual que yo y que nadie tenía el deseo de hablar. Claro, en este momento éramos enemigos luchando por un buen puesto de trabajo it´s evolution, baby.


De repente salió un joven blanco y alto, de pelo rubio y porte atlético. Tenía unos bellos ojos azules y su voz era seductora.


—Hola mi nombre es John Smith y he soy el encargado de las entrevistas. Lo que vamos a hacer, para agilizar el tiempo, es una entrevista grupal. Primero voy a explicar lo que hace la empresa y su visión así como su misión. Luego les haré una serie de preguntas para ver si han prestado atención. Muy bien comencemos.


El tipo habló que la empresa hacía los cuchillos de calidad pero a un precio módico. Que los cuchillos estaban hechos bajo los mayores estandares indutriales, que incluso eran superiores a los ofrecidos en las escuelas profesionales de cocina, pero sobre todo, que no se vendían en las tiendas, porque eso, eso aumentaría los costos. La empresa había encontrado la brillante solución de one-to-one costumer service. Pero no crean que van a tocar puerta por puerta. El método propuesto por la empresa es que van a tener a llamar a diez personas, les recomiendo que sean amigas o conocidas de sus mamás o tías o tíos. Luego, claro si somos realistas, supongan que sólo vendan a 4. Esta bien, esos cuatro luego les van a dar diez contactos más y así tendrían 40, pero de los cuarenta que vendan a 15, y entonces eso quince y así y así hasta llegar al billón de clientes y se podrán tomar unas lindas vacaciones en Puerto Rico, en Italia, En Francia. Porque la empresa incentiva mucho a sus trabajadores. Como ya les dije, esta es una empresa joven y su método es revolucionario.


Me quedé anonadado. ¡El tipo era un genio!¡Este sistema era infalible!


El fortachón, después de una pausa continuó. Verán el cliente debe tener un contacto directo con el producto y para eso ustedes necesitan de un set de cuchillos—el tipo fortachón sacó su propio set y comenzó a cortar desde papeles de lija hasta ladrillos—y este set es su herramienta de trabajo. Con él van a demostrar al cliente la calidad del producto. Y podrá ser suyo por el módico precio de 200 dolarillos. Baratito nomás. Véanlo como una inversión y no como un gasto.


Cuando terminó a cada uno nos llamó para una entrevista personalizada. Yo fui el tercero en entrar. El cuarto “especial” estaba un poco mejor arreglado y tenía varías espadas samuráis y, incluso, creo que vi una tipo española. El fortachón me preguntó porque yo podía ser un gran candidato para trabajar para la empresa, como podía yo colaborar con su desarrollo. Bueno, le dije, soy bilingüe y le puedo servir para que el producto se expanda en el mercado hispano. Además, me gustan los retos. El fortachón me miró y luego de un silencio realmente incomodo me felicitó por mi respuesta, “mañana traes todos tus documentos.”
Salí del cuarto hecho un vencedor. Me sentí tan especial que miraba a los demás candidatos como pobres diablos que esperaban en vano. El fortachón me había asegurado que las plazas eran pocas.


Al regresar a mi humilde hogar, lo primero que hice fue contarles a mis padres sobre mi entrevista y lo bien que la había hecho. En un principio, vi en sus miradas alegría y satisfacción, pero cuando les dije sobre el set de cuchillos se cagaron de risa. ¿Desde cuando una empresa te cobra para que trabajes? ¿Te van a pagar la gasolina para los viajes?¿Cómo vas a hacer si no vendes? ¿Te pagan sobre comisión? Me enfurecí y me largué a mi cuarto.


Pero la duda entró y decidí que era mejor investigar sobre la empresa. Lo que encontré no fue nada placentero. Mucha gente se quejaba del esquema de trabajo, de la forma de como los habían engañado y de que a pesar de que la empresa estafa a personas desesperadas por trabajar, no la pueden cerrar ya que su negocio no es estrictamente ilegal.  Me sentí un idiota. Leía y leía one-to-one costume service.


Intuí que LV consultants pertenecía a la misma calaña porque utilizaban las mismas estrategias que la empresa de cuchillos. Primero te hacen una entrevista en grupos, luego te llaman individualmente y te dicen que hay pocas vacantes, pero que se han quedado sorprendidos por tu currículum. Finalmente, te enyucan con otro producto o con otros servicios, dependiendo de la empresa. No los puedes denunciar porque en ningún momento te han engañado. Todo lo que te han dicho ha sido fríamente parafraseado, escondido, solapado, para que no encuentres el gato encerrado.


Obviamente que no fui a la entrevista y ni siquiera llamé para cancelarla. Para mí sorpresa me mandaron otro email diciendo que posiblemente había habido un malentendido y que me comunicará urgentemente para reprogramar la entrevista. ¡Qué estafadores! ¡Por Dios!


Bueno, aquí presento la moraleja de la historia. Si piensan que Estados Unidos es una potencia gracias a su honestidad, pues se equivocan. Este el país donde se inventó la piramide ponzy, donde la falsa publicidad trajo miles de irlandés, chinos y japonés para construir los ferrocarriles, donde películas y libros estúpidos te venden el mensaje que puedes lograr todo lo que te trazas si haces el debido esfuerzo, pero en caso de que fracases, es por tu propia culpa. Me imaginaba recorriendo las casas, tocando las puertas, demostrando las bondades del producto y luego regresándo con las manos vacías y todo porque no me había esforzado lo suficiente.


PD: No soy tan pesimista. Finalmente una de las empresas que postulé me llamo. Su negocio es legal.


Gimel Zayin

miércoles, enero 25, 2012

Seremsa parte 1


 Un muchacho y una muchacha en las esquinas de Seremsa






-Pues tantas cosas, tantas… Vivir, conocer, ser, sentir, amar y otra vez viajar y salir… ¡Tantas, tantas cosas, quiero tantas cosas con la vida! –exclamo Marcos, arrobado, abriendo sus manos.
-La idea esta en atreverse- replicó también emocionada Rossy, con los ojitos así de inmensos- y no sólo hablar por hablar.
Todo radica en la acción.
Marcos y Ros eran dueños de las esquinas, del asfalto, de su humedad. Tomaditos de la mano, último asiento en el bus, canciones de Fito Páez cantadas entre besos, apapachos y ebrios, en fiestas de amigos y en la playa. Y la belleza sinvergüenza de compartir un puchito creyéndose muy comunistas, muy socialistas, muy progres. Hablando de libros raros, de música ultra oculta, de conciertos que se proyectaban en los postes del centro y a los que vamos sin permiso de papá. Verano del ochenta y tres pasando por sus ojos como un tubo de escape: todo eso, claro, y caminar y caminar. Y chocolate de tres centavos entre los dientes amarillentos sin caries, limpísimos, antes de los besos. O no eran dueños de nada. La felicidad era eso… una vereda de a dos.
Y un pedazo de cemento era todo su mundo.
Y aquella  primera vez que hablaron nada exigía  hambre, cama caliente, preguntas, colchas. Ni adioses. Ella escucha atentamente. Él habla encendido, jubiloso. 

Rossy, o Ross (como te llamare de cariño), era extraña, tan sensible, tan de nadie… extrañaba como algunas canciones inexplicables ¿Qué significa el unicornio azul? Nadie lo sabe bobo, y esa canción es una de mis preferidas.
Él era un grandísimo idiota y quizá quería ser un grandísimo idiota. O tal vez no, sólo un pequeño idiota feliz.  Tan feliz e iracundo.  Y para colmo flaco y pelucón. Y ansioso. Muy ansioso.

-Eres un soñador, pero más que eso: un ansioso. Me recuerdas a mí hace años. Yo también pensaba así. Y me deje tragar por los escrúpulos.
-¿Enserio? Entonces ¿piensas que todo esto es una cuestión de edad? ¿Qué sólo es producto de nuestras hormonas?
-Si y no –le dijo Ros.
Aprovechó el silencio para lanzar una bocanada de humo.
-No es qué todo sea relativo, pero tiene que ver “algo” con eso. Mira yo te calculo –lo miro fijo, muy fijo, agudizando incluso los ojos- te calculo unos 18 años ¿Me equivoco?
-No, exacto. Tengo esa edad. Ni más ni menos.
-¿Vez? No es que sea cuestión de edad, pero cuando tenemos 18 vemos el mundo de otra manera. Yo tengo 20 años y todavía sigo pensando en esto.

-Ros, sabes –le contesto-, yo no quiero crecer. Tampoco quiero ser un muchacho grande y de pelo largo. Quiero tantas cosas y algunas veces nada. Todo el tiempo me desbordo… o sea, me dan mis ataques de depresión, amor, odio y de nuevo amor y todo me sale por el cuerpo y tengo ganas de correr.
-¡No seas cobarde Marcos, me dan cólera los cobardes!
-No soy cobarde Ros, no soy cobarde. Soy… puedo… es decir… puedo ser tuyo… ¿darte un beso?


Seremsa: barrio del Agustino. A la espalda de la Tecno, tiene dos entradas, cruzado por un tren, de gente que nunca se pregunta si es feliz, gente que ríe, llorar y deambula cerca de los puestos de fritanga, a la luz de los parquecitos. De amantes y amigos. 


Por Matías Aznar

domingo, enero 22, 2012

Vuelo sin orillas


VUELO SIN ORILLAS

Abandoné las sombras,
las espesas paredes,
los ruidos familiares,
la amistad de los libros,
el tabaco, las plumas,
los secos cielorrasos;
para salir volando,
desesperadamente.

Abajo: en la penumbra,
las amargas cornisas,
las calles desoladas,
los faroles sonámbulos,
las muertas chimeneas
los rumores cansados,
desesperadamente.

Ya todo era silencio,
simuladas catástrofes,
grandes charcos de sombra,
aguaceros, relámpagos,
vagabundos islotes
de inestable riberas;
pero seguí volando,
desesperadamente.

Un resplandor desnudo,
una luz calcinante
se interpuso en mi ruta,
me fascinó de muerte,
pero logré evadirme
de su letal influjo,
para seguir volando,
desesperadamente.

Todavía el destino
de mundos fenecidos,
desorientó mi vuelo
-de sideral constancia-
con sus vanas parábolas
y sus aureolas falsas;
pero seguí volando,
desesperadamente.

Me oprimía lo flúido,
la limpidez maciza,
el vacío escarchado,
la inaudible distancia,
la oquedad insonora,
el reposo asfixiante;
pero seguía volando,
desesperadamente.

Ya no existía nada,
la nada estaba ausente;
ni oscuridad, ni lumbre,
-ni unas manos celestes-
ni vida, ni destino,
ni misterio, ni muerte;
pero seguía volando,
desesperadamente...



Oliverio Girondo

sábado, enero 21, 2012

¿LEER O VIVIR?





 Para mi abuelita Nena que es el Perú

UNO

Hay que decirlo en one: siempre nos va a joder la indiferencia. La indiferencia es caminar pisando caca cantando canciones de amor. La indiferencia es caminar pisando caca sin cantar canciones de amor. La indiferencia es pasar la página y decir yo no. La indiferencia es cantar bajito, sentarse en el último asiento del bus, no decirle te amo a nuestras madres, no escribir nuestros nombres en la arena. Somos humanos y sentimos, y es inevitable no aceptar el júbilo ante lo más trágico como hermosa de la vida. No negarnos, sino asumir, y usar nuestro cuerpo como una espada en el aire, es nuestra pequeña tarea.

En mí país la vida es una cuerda floja. Que algunos usan para cruzar abismos, resistir, tirar, y otros aflojan suicidándose. “La vida es hermosa, a pesar de la vida” dijo el poeta, y los que aceptan la vida –esta vida, la de los que caminamos a píe- tendrán que sumergirse en la miseria y la ternura. Y cuesta mucho crecer y ser sincero cuando la cuerda nos impide seguir adelante. O cuando nuestras cuerdas sólo dan “cuerda” a  berridos en lugares estrictamente intelectuales.  Como dijo un amigo: Somos cómplices de la intransigencia que es una camisa de fuerza.

Algunos nos creemos personas distintas por saber más obras de Vargas Llosa y García Márquez, y restregamos la ignorancia de los de más con un “a mi no me toca” entre los labios. Nos cuesta ser sencillos y nos creemos el centro del universo. Sin embargo, no conocemos ni escuchamos la complejidad de un emolientero que regresa a casa luego de macerar una noche en su frente y es feliz por haber sacado la mierda para su familia, ni la resistencia de lo pescadores del Callao que toda las mañanas bajan al mar y nadie como ellos recibe las primeros rayos del sol en la piel. En sus vidas y sueños hay lecturas tan indómitas como en la mejor literatura.
¿Realmente existen personas comunes? Esta es una certeza equivocada de muchachos con pose intelectual: creerse, muy a sus anchas, únicos e imprescindibles.
Todos somos distintos: es una paporreta que todavía nos cuesta aceptar.  

DOS
Leer sigue siendo una actividad solitaria. Leer es un reto y no leer es un crimen. Leer, en medio del internet y del facebook, es una hazaña. ¿Se lee más o se lee menos? Gastar dinero en ediciones antiguas, viejas, es un delito para algunos. Para otros comprar un libro caro es tan parecido a escupir a la pobreza como gastarnos todo el sueldo en un celular.

A pesar de que se ejerza en medio del barrullo de la vida moderna, la conexión entre lector y escritor seguirá siendo mágica. Es una manera de negarnos al mundo y aceptar la poesía en nuestras venas. Esa poesía anterior a todo, esa poesía “pura” que esta ya clavada en la mirada de los niños. Ellos son los que se hacen preguntas filosóficas mientras van a la escuela; los que no ceden a emocionarse y sonreír.

Mi viejo decía que después de leer Conversación en la Catedral, Lima, nunca fue igual. Claro que no, pues leer, a demás, es vivir y vivir es luchar. Leer es cambiar.

Es que hay un valor agregado, pues, la palabra es un animal vivo. Los libros son personas que sudan, gimen y buscan irremediablemente compañía. Tú puedes darle voz  y arraigarte a un tiempo sin límites.

El problema se da cuando negamos a los demás el fuego que azuzan esas lecturas, y nos catapultamos en ilusiones estériles; cuando le negamos esa conexión también única uno y los demás. Nos regodeamos en egoísmos para sentirnos mejores. Nos alucinamos bajados del cielo y dueños de todo, sin saber que hay poesía en todos lados menos en la poesía. Ahí empieza la discriminación de Los Lectores a los No Lectores. Y el resultado es la total indiferencia.

¿Cómo  firmar contrato con nuestros anhelos personales y la indiferencia?


¿De donde sacar el punche para no convertimos en seres anodinos expuestos a sus teorías extraordinarias y a conversaciones retoricas que se muerden la cola, dejando de lado el amor y la pasión?

Es hora de sacar a pasear nuestra sinceridad. Hoy es siempre todavía, decía Machado y no se equivocaba.
Tenemos que ayudar a los otros, es cierto, pero ¿acaso no debemos comenzar con ayudarnos a nosotros mismos? En mi caso, por ejemplo,  nadie salvo yo coge un libro y, aunque muchas veces he intentando disuadirlos, ellos se han negado. No elegí a mi familia pero tampoco la cambiaria.  El poder de la televisión es aplastante, cruel y draconiano; otra culpa es la puta educación recibida.

 Aunque sigue siendo inútil (Una tarea que no sirve para nada, según García Márquez) no voy a dejar de hacerlo. Fomentar la lectura, la cultura, es uno de los medios para retribuir el fuego a los demás.   Un libro puede caer en muchas manos, pasearse de casa en casa, conocer el silencio y el olvido, pero sé que alguien lo cogerá y, en algún momento especial, pasara a  convertirse en su sombra, llevándolo hasta los horizontes donde empieza la vida.

¿Pero que tal sí, en realidad, el que debe cambiar soy yo? 


Esta pregunta oscila y se afianza, en tardes como esta, cuando el sol se derrama lejos de mis paredes, y siento el peso del sudor de mis manos apretando las páginas de Balzac.

Balzac, viejo francés, ¿quién diría que un muchacho latinoamericano leería con frenesí tus paginas repletas de vida?

Hace calor, es verano, sudo y sigo aquí. Ya no salgo a perseguir muchachas montadas en bicicletas, no sigo la dirección del  viento fresco que avanza inexorable a las seis de la tarde. Le debo abrazos a mi abuela y besos a mi hermana. Sin embargo, Balzac es una compañía imprescindible. ¿Lo es?


TRES

Si bien mis familiares llevan una vida normal, de problemas y desajustes (como son todas las vidas), no sufren “de más” por escribir, leer y buscar la sinceridad. Pero ellos no están negados de nada. La emoción natural, del asombro, de la tristeza, del impulso, del vacio: estas emociones les perteneces a Los lectores y a Los no lectores. Le pertenecen a los hombres y mujeres de la tierra. Mi madre no deja de conmoverse viendo los atardeces, como mi abuela se sigue quebrando al escuchar antiguos boleros de amor. La sensibilidad la tienen los que entregan su vida a la música como la señora que ve caminar a su hijito de dos años.
Ellos, “Los no lectores”, viven, y sus sueños no son más que los de “Los lectores”, ni menos: son igual de frágiles, escandalosos, amargos, reilones, jodidos y traviesos.


CUATRO

Una forma de discriminar al otro es no aceptar sus gustos, sus pasatiempos, sus anhelos. O, claro, minimizándolos. Como dije, hay una certeza en “Los Lectores” pues piensan que sus gustos son sinceros y elevados. Ellos –por haber estudiado Crítica literaria, leído a Joyce y escuchar Petrucciani por las mañanas- creen tener la verdad. En otros casos, la consideran relativa y se burlan, usando esa ironía sutil muy popular, de las pequeñas verdades que anidan en el corazón de la gente. Ribeyro hacía una diferencia entre un intelectual y un sabio. El primero podía saber mucho de un tema pero nada de la vida practica (Ejemplo: Un erudito de la cultura Romana que no puede cocinar un estofado de pollo) El conocimiento del sabio esta formado por su vida y su cultura;  tanto su experiencia como los estudios son vitales para su formación.

Mi abuela no sabe nada del movimiento Nadaísta, ni de las estructuras de La casa verde, pero nadie mejor que ella para darme unos abrazos apapachantes y llenos de vida. Para obligarme a almorzar y decirme yo también te quiero.  Ella, aunque nunca leyó los cuentos de Chejov, me contaba historias, muchas veces inventadas al momento, para que me durmiera de niño. Ella, cuando me enfermaba de gripe, me envolvía con periódicos el cuerpo (mismo tamal) para que el sudor no agravara mi enfermedad. Incluso me colocaba una guirnalda de papas sobre la frente con la idea de que estas podían chupar el sudor. Y, si nada de esto bastaba, corría, despeinada, en piyama, a buscar las pastillas o el taxi para salvarme.

¿Importa su ignorancia? ¿Realmente importa?

Creo que la pregunta sobra.

Nuestro papel, nuestra soga, siendo sigue la misma.

Aceptar lo que somos y ayudar a los demás. Y dejar que ellos nos ayuden.
No cerrar puertas, no subestimarlas.
Enriquecer la vida de todos y dejar que ellos enriquezcan la nuestra. 

Texto: Julio Barco
Foto: Consuelo solís

jueves, enero 19, 2012

SIMPLEMENTE PUNK

Detesto la pose, porque fui posero. Sí, allá por el año 2002 cuando el punk era la gloria y los conciertos del centro de Lima el cielo. Todavía llevaba pantalón corto ese año, aun no fumábamos y entre todos los deportes preferíamos el futbol. Entre pogo, tragos baratos y patadas, descubrí  ese mundo soñador,  caleta  y contestatario,  violento a veces y “distinto”, lejano  a esa  Lima frívola  y very nice que aparecía congelada  en las maquetas de los museos o en las fotos de los libros de historia Santillana que nos obligaban a comprar en el colegio. Las calles idénticas del centro histórico, los pasillos del siempre prostibulario jirón calloma y el bulevar de la cultura – en ese entonces solo proveedor de posters y discos de dalevuelta-  fueron el escenario de mi primer par de vueltas por la realidad. La pose era repudiada a todo color, y de todas las maneras posibles. Los muchachos oían la música  en parlantes improvisados, sujetos al edificio verde dinosaurio  del cual se decía; “vivían  los terrucos, los locos” y que hasta ahora se yergue en el corazón de calloma. La pose  venía de todas partes, (el concepto de pose era- es- otorgado a todo aquel que resulte primerizo y guachafo, y que intenta, a como dé lugar  formar parte de un mundo que según “los verdaderos punk” no le pertenece) muchachitos inexpertos y furtivos, colegiales en su mayoría, ávidos de aventuras, capaces de hacer de todo con tal de ser aceptados en esos grupos organizados hasta hoy en las famosas “comunas”. Ser punk era toda una odisea, había que ganarse un  sitio, resolver una personalidad, sacarla a flote. Los rituales de iniciación iban desde protagonizar los peores destrozos, correr desnudo por la calle (mismo jackass) aventarse del escenario al pogo, hasta protagonizar una espeluznante  borrachera borra nombre. Una vez aceptado, el nuevo pankeke se encargaría de señalar al nuevo posero, instruirlo, iniciarlo y   enseñarle  ese mundo nuevo y grandioso que él mismo- a la vuelta de la esquina-  acaba de conocer. A pesar de que los muchachos punk propugnan una libertad absoluta, yo que he estado allí en medio de  ese fuego y visto desde adentro sus entrañas, me pregunto: ¿Es verdadera y absoluta esa libertad? O ¿Es dirigida por un  líder, un “Jaguar” que busca cimentar y expandir una ideología personal? ¿Son las comunas una especie de refugio para no darle cara a la soledad? Sea como fuese, todavía existen los conciertos, las pulseras adornadas con púas, los discos y polos de dalevuelta, el mítico edificio verde dinosaurio de calloma. Pero los sueños siguen allí, creciendo como la espuma y la noche, emancipando voces que se  enfrentan al nihilismo y proponen cambios, caminos, oponiéndose a quienes  difuminan senderos, golpeando corazones, destrozando un pueblo ya destrozado por la pobreza, el desencanto, con una rebeldía que si bien es cierto  se ve, no sirve para nada.  
 POR: ROBERTO BERMUDEZ .

miércoles, enero 18, 2012

Un día con nieve

17 de Enero del 2012


El día de ayer quise escribir un ensayo sobre Ana Karenina, una novela  de Leo Tolstoi que realmente me conmovió. Sin embargo, ¿Para que escribir un ensayo serio sobre la obra? Ya tantas cosas se han dicho (incluso esta frase ha sido repetida mil veces) que me parece innecesario agregar un ensayo más a la vasta biblioteca de ensayos de Ana Karenina. La razón por la que la menciono es que deseo compartir mi entusiasmo de lector satisfecho. Quiero convencerte de leer la novela y, si se puede, disfrutarla. 

Para mí, Tolstoi es uno de los pocos escritores que me hacen moquear. No puedo soportar la emoción que me embarga cuando voy descubriendo, palabra por palabra, las vicisitudes de los desgraciados personajes. Ya desde el principio no puedo dejar de sentir compasión por el idílico de Levine, quien tendrá la desgracia de ser rechazado por la inmadura de... No diré quién y en que circunstancias lo rechazan, eso ya se encargará el lector de descubrirlo. Ahora, ¿por qué miércoles empiezo a hablar de Levine y no de Ana Karenina, el personaje principal? Por la sencilla razón de que no me identifico con su desgracia. No me mueve a la pena su tragedia, y eso es lo bonito de la novela, que hay tantos personajes que cada uno es libre de simpatizar con cualquiera. Ahora... bueno, ya no tengo más que decir. Es que realmente este no es el objetivo de esta crónica. 

Como iba diciendo, mi deseo era escribir un ensayo sobre Ana Karenina, pero presencié un evento extraordinario: empezó a nevar.  La nieve, para mi alma, es la inequívoca señal de que estoy en otro país. Esos copos de nieve que caen desde el cielo negro, desde el abismo del universo, desde nubes cargadas de frío intenso, me recuerdan de que no estoy en Perú. Cada vez que la nieve cubre la tierra, los arboles, los carros, el camino deshabitado, recuerdo la primera vez que la vi. 

Fue un momento mágico. Dentro de mi corazón ingenuo,  me maravillé por su hermosura. La nieve caía y caía y yo era un niño feliz, feliz por jugar en ella y por tomarme fotos y luego enseñarles a mis amigos y decirles, "ey, por fin he visto la nieve.”  !Qué felicidad! Pero después, una compañera de trabajo me preguntó si era la primera vez que veía la nieve y yo le dije que sí y luego ella, con tono burlesco, dijo,  “ya veras que después la odias”. Y así fue. Porque la nieve, por más bonita que sea, es peligrosa. Tu carro puede volcarse fácilmente, las casas son atacadas por apagones, los ramas de los arboles pueden caer ante tanto peso y cuando se vuelve sucia y dura, te das cuenta de que la nieve es lo más triste que existe.  

Felizmente, no nevó mucho y pude ser feliz, porque a pesar de todo, ver la nieve caer sobre tu ventana es siempre un acontecimiento maravilloso. Por cierto, gracias a la nieve no pude reunirme con un amigo en un bar, el pobre tuvo que regresarse a pie y yo me sentí culpable. Esto fue el 16 de Enero a las 9 de la noche.  

A la mañana siguiente, ya había dejado de nevar y sólo una débil capa blanca cubría el paisaje. Así, en cantidades pequeñas, la nieve embellecía al invierno.  


***
Por efecto de esta pequeña epifanía, decidí buscar trabajo. Sí,  he estado hueveando por una semana y media, pero qué quieren que haga? Recién me he dado cuenta de que estoy en otro país y que debo aceptar la idea de que mientras esté aquí no puedo darme el lujo de ser un vago. Así que después de llevar a mi madre a su trabajo, decidí ir a un centro especializado en ayudar a gente como yo, que no tiene idea de cómo escribir un currículum o como buscar trabajo. 

Mientras manejaba hacía el centro, mi vista no dejaba de apreciar las casitas pintadas de blanco. Me sentí como si estuviera en Siberia o como el comienzo de la película Fargo. Yo manejando, embriagado por la monocromía de la nieve, escuchando una canción post-rock. Una música mansa, tranquila, sin ritmo ni melodía, sólo sucesión de sonidos que relajan la mente y la liberan de la realidad. Mi mente viajaba en el valle de la muerte cubierto por nieve que se extendía por todo la tierra. 



(Esta es una de las bandas consideradas post-rock. Espero que disfruten la canción)


Por fin, llegué a Goodwill Career Center, el susodicho centro de ayuda. 

Me recibió una señora cincuentona (tal vez cuarentona) con una sonrisa de oreja a oreja. Yo, siguiendo el manual de etiqueta de este país, le estreché la mano. Intenté lo mismo con otra señora que estaba sentada acompañaba a la cincuentona, pero ella no me la quiso dar. Me sentí raro. Tal vez no debí hacerlo o quizá la señora no quería saludarme. Creo que la cincuentona se dio cuenta y me presentó. Recién ahí la señor sobrada se dignó a devolverme el saludo, pero al rato se fue. Finalmente solos, la cincuentona me preguntó sobre mi carrera ¿En que universidad te graduaste? ¿Cuál es tu titulo? ¿Qué tipo de trabajo buscas? Me gradué en la Universidad Estatal del Oeste de Connecticut(Western Connecticut State University), me titulé de Bachiller en Español y quisiera buscar un trabajo relacionado con la interacción y la intercomunicación de lenguas. ¡Mentira! Creo que le dije que quería trabajar con personas que necesitasen trabajadores bilingües, o algo así. Lo importante es que me entendió. 


Después de 2 horas de ayuda, salí del centro con el espíritu renovado. Mi currículum estaba mejor escrito, ya sabía una buena pagina de internet para buscar trabajo y, gracias a los compliments de la señora, mi autoestima estaba a un 90%. Me dije que sólo tenía que confiar en mí para encontrar un buen trabajo. 

Antes de irme, le eché una mirada a la tienda. Goodwill es una tienda legal que vende ropa donada y de segunda mano. Todas las ganancias, eso creo, van a organizaciones que ayudan a personas pobres, con discapacidad o simplemente necesitadas. La tienda es visitada, en su mayoría, por personas inteligentes que visten bien sin necesidad de gastar mucho dinero. Es decir, no es una tienda "segregada". Fácilmente puedes encontrar latinos, negros, hindúes, árabes y blancos caminando por sus pasillos. A mí me gusta le tienda porque a veces venden buenos libros de segunda mano. Los precios oscilan entre cincuenta centavos y dos dólares. 

Hasta antes de la entrevista con la cincuentona, mi itinerario estaba completado. Dejar a mi mamá en el trabajo, llamar a Goodwill Career Center e entrevistarme con MEL, así se llama la cincuentona y escribo sólo las iniciales para que después no me denuncie. ¿Ahora qué? Estaba entre ir al cine, comer, o ir a visitar mi universidad. La última opción no me convencía dado que no guardo muchos gratos recuerdos de aquella institución. Pero de ahí recordé que debía hablar con mi antiguo jefe(trabajé en la biblioteca de la universidad) para consultarle si lo podía usar como referencia. ¿Pero y si no está ahí? Debía arriesgarme. No me quedaba otra. Encendí el carro, puse Mogwai-The Sun Smells too Loud- y manejé en el mismo estado de libertad mental. No sé como no me choqué en este estado... 


Las mismas montañas blancas, los mismos arboles blancos, la carretera negra que punza la manta blanca, el cielo gris sin aves y sin sol y mi carro a 80 millas por hora...(120 kilómetros por hora) 



***


Antes de bajar del carro, me dije, "Vamos Dennis, no seas un cobarde, afronta tus miedos. Debes conseguir trabajo y para eso debes hablar con Russ, tu ex-jefe. Atrás quedaron los malos recuerdos." Me encaminé resuelto a encontrar a mi ex jefe y a no sentirme triste por los recuerdos dolorosos (si quieren saber cuales son pues tendrán que seguir leyéndome....hehehehe) 
 
La universidad estaba triste y vacía. Aún no comenzaban las clases y yo me moría de frío. Ya eran las 4 de la tarde y el sol ya se había ocultado. Escasos estudiantes caminaban tranquilamente, cargaban sus libros recién comprados. Un aire fuerte empezó a soplar (¿no es curioso que siempre un aire fuerte sopla en momentos así de melancólicos?). Me paré para contemplar la vista. Siguiendo el manual del suicida, me imaginé fumar un cigarrillo. Por supuesto que no tenía el cigarrillo, porque no fumo, pero ahí yo estaba posando para una foto en blanco y negro, muy triste. 




Entré a la biblioteca y saludé a Russ. Mi ex-jefe me reconoció y me saludó efusivamente. Luego saludé a Caroline, una mulata, flaquita y bonita. Ella me devolvió el saludo al estilo ganster y de ahí conversé un poco. Luego vino el momento akward ya que Russ se había ido a atender a un alumno y yo me quedé sólo con la chica. No tenía nada que hablar así que me retiré. Me fui al quinto piso del la biblioteca, donde está la sección de literatura, específicamente Literatura Hispanoamericana. Como la Universidad es pequeña y casi rural, no tiene mucho libros buenos en español. A las justas los autores más representativos. Me aburrí en un segundo y me quité ahí mismo. Tenía hambre y quería comer algo. Así, Russ me había dado permiso para usarlo como referencia. 

Decidí comer en el restaurante Mexicano. Almorzar ahí es como transportarse temporalmente a México, pero no al país, sino a un México artificial. En este restaurante, creo que en cualquier restaurante extranjero, se intensifica lo exótico—sombreros pegados en todos las columnas, banderas expuestas orgullosamente, música ranchera—lo estereotipado. El cliente tiene que sentir que no está en su casa y mucho menos en un ordinario restaurante estadounidense. 

Me senté, pedí un Burrito y esperé. Mientras esperaba, me puse a ver la televisión. Estaban dando El gordo y la flaca, un burdo programa parecido a Magaly TV. Felizmente ya terminaba. Para mi buena suerte, dieron las noticias. Dos de ellas me llamó la atención. La primera fue sobre un linchamiento a un estudiante en una high school, grabado y posteado en YouTube. Los muchachos golpeaban salvajemente a su víctima. La mayoría no pasaba de los quince, pero su crueldad no tenía limites. ¿Cómo es posible que esos jóvenes sean el futuro de esta sociedad estadounidense? No es que Perú sea un país perfecto, pero ver a aquellos estudiantes comportarse de tal modo, me causa lastima y pena.God bless America! Pero ya no seguí pensando en eso. Hoy día tuve un buen día, me digo. La segunda noticia fue más graciosa. Como todos ya sabrán, un crucero se acaba de hundir en las costas italianas. Bueno pues, estaban pasando un reportajes sobre sobrevivientes mexicanos. Cosa raro, pienso, sólo estos tipos de noticias pueden interesar sólo si es que muere un mexicano. ¿Será porque la mayoría de inmigrantes son mexicanos? ¿Será puro fetichismo con aquella nacionalidad? En fin, llegó mi burrito y empecé a almorzar. 




Creo que está crónica personal se ha alargado de más. Por lo que voy a resumir. Después del burrito—autentica comida mexicana—me fui a cortar el pelo en una barbería dominicana. Luego, en el camino, se me antojó ver una película y me animé por ver Hugo, de Martin Scorsese—estuvo muy buena, sobre todo porque en la peli también nevó—. Al salir del cine observé por última vez la nieve que cubría la ciudad y luego, bueno, coroné la noche escuchando The devil dance—piezas musicales interpretadas por el famoso violinista Gil Shaham y el pianista Jonathan Feldman—porque la música se parecía mucho al soundtrack de la película. Al fin llegué a casa, relaté un breve itinerario a mis padres y me quedé hasta la una de la mañana escribiendo esta crónica.  

Y para que no se quejen aquí un vídeo que tiene mucho que ver con la nieve 
Gimel Zayin