Sobre TAJO:

“Somos aficionados a la poesía. No somos profesionales. Que eso quede bien claro, pues una buena parte de nuestra crítica es potenciada desde esa perspectiva, desde esos campos abiertos que supone tal condición". (Roberto Bolaño)

lunes, agosto 15, 2011

defender la...


Aunque libertaria, tonta, meditabunda, marketera, dueña de las ultimas pelas norteamericas y esquiva a las almas tristes, les dejo a la señora alegría en este excelente texto de Ángeles Pérez López extraído de la también excelente pagina Letras.s5 De Benedetti se dijo mucho a raíz de su muerte. Pero ya había dado que hablar copando -como me contó una pareja de uruguayos y luego corrobore vía google- todos los géneros literarios en la pequeña Uruguay. Sus poemas son casi de la cultura popular. Te quiero y Corazón coraza ya parecen baladitas compitiendo, de lado a lado, con Sanz y otras putadas. Pero, claro, Benedetti es más y todavía.

Entre los numerosos poemas de Mario Benedetti que a menudo conforman una brújula necesaria e imprescindible para tanto territorio personal, podría encontrarse, y sin duda él lo ha escrito sin escribirlo, un poema titulado “Defensa de la poesía”. Podría haber hablado Benedetti de “defender la poesía como una bandera”, de “defenderla del óxido y de la rutina”, y podía haber concluido ese poema, también, defendiendo a la poesía “del azar/ y también de la poesía”, para que nada quedase al margen de la lucha. Pero el poema que sí escribió el poeta, convertido en un símbolo de su actitud vital y también de toda su obra, se propone a sí mismo como una defensa, incuestionable, de la alegría. Extraordinariamente conocido, sobre todo después de ser adaptado para su inclusión en el proyecto titulado “El Sur también existe”, que musica y canta Joan Manuel Serrat, sin embargo el poema merece ser recordado siempre.

“DEFENSA DE LA ALEGRÍA
.. .. .. .. .. a trini


Defender la alegría como una trinchera
defenderla del escándalo y la rutina
de la miseria y los miserables
de las ausencias transitorias
y las definitivas
defender la alegría como un principio
defenderla del pasmo y las pesadillas
de los neutrales y de los neutrones
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos
defender la alegría como una bandera
defenderla del rayo y la melancolía
de los ingenuos y de los canallas
de la retórica y los paros cardiacos
de las endemias y las academias
defender la alegría como un destino
defenderla del fuego y de los bomberos
de los suicidas y los homicidas
de las vacaciones y del agobio
de la obligación de estar alegres
defender la alegría como una certeza
defenderla del óxido y la roña
de la famosa pátina del tiempo
del relente y del oportunismo
de los proxenetas de la risa
defender la alegría como un derecho
defenderla de dios y del invierno
de las mayúsculas y de la muerte
de los apellidos y las lástimas
del azar
y también de la alegría” (pp. 391-392).

Pero ocurre con este poema que nos permite, sorpresivamente, que pensemos también en la poesía cuando lo leemos. Que reescribamos el texto, e imaginemos ese poema no escrito que diría, retomando cada uno de los versos que encabezan las seis estrofas: defender la poesía “como una trinchera”, “como un principio”, “como una bandera”, “como un destino”, “como una certeza”, “como un derecho”.
Porque la concepción de la poesía como trinchera parece convocar a las primeras metapoéticas benedettianas, especialmente la de “Semántica” (de Quemar las naves, 1968-1969), en la que leemos, en una alocución a la palabra:
“tu única salvación es ser nuestro instrumento
caricia bisturí metáfora fusil ganzúa interrogante
tirabuzón blasfemia buril candado etcétera
ya verás
qué lindo serrucho haremos contigo.” (p. 260)
Así que se le exige a la palabra su compromiso, su decidida vinculación con el aquí y con el ahora en tanto que puede ser un “instrumento” por el que la vida se transforme y modifique. Y ello en un escritor cuya visión de la poesía ha ido cambiando con el paso del tiempo, como la crítica se ha encargado de elucidar, pero que conserva, tal como señala Eduardo Becerra, “una fidelidad inamovible a una actitud moral frente a la literatura que engloba tanto los contenidos como las formas de su escritura”.

De ahí que se señale su concepción de la literatura como compromiso estético y vital, como construcción de la utopía, ese “motor que [todavía] mueve al hombre”. Nociones vinculadas, términos siempre recurrentes cuando se habla de su obra, sin embargo inmensa y múltiple, que ha construido a lo largo de cincuenta años y en todos los géneros -narrativa, poesía, ensayo, teatro, canción y artículo de prensa- una voz que pelea contra la rutina, el desencanto, las injusticias, el desamor y la aceptación de la barbarie, o de su olvido.

Por eso se ha dicho que su obra es una obra a ras de suelo, pero vuelta, necesariamente, “a ras de sueño”, en la frontera en que lo real no se convierte en ancilar, sino en el humus necesario y fértil para que crezca poderosa la construcción de un espacio rectificatorio de lo real, un espacio imaginario, y posible también, compartido en gran medida por los hombres que fueron sus compañeros de generación, los de la “generación de Marcha” o del 45, la llamada por Ángel Rama “generación crítica”, con los que le une precisamente el rigor crítico frente al deterioro del sistema socioeconómico, en este caso, y decididamente, “rigor vitae”.

Pero no se trata tan sólo de rigor crítico. Como nos señala el mismo Benedetti, a ese adjetivo se suma también el que acompaña al rigor “estético”, porque el trabajo sobre la lengua y sus posibilidades es central para entender su obra.

En el poema “Defensa de la alegría”, podríamos señalar los diversos modos de repetición en sus potencialidades rítmicas y de fijación de la idea central del texto: así el paralelismo sintáctico y la anáfora en las seis estrofas; las paronomasias “neutrales/neutrones”, “endemia/academia”; el oxímoron “dulces infamias”; los juegos de contrarios (“fuego/bomberos”, “suicidas/homicidas”, “vacaciones/agobio”) y la paradoja final: varios espacios en blanco marcan una pausa necesaria para defender a la alegría “también de la alegría”.

Se hace entonces verdadera aquella afirmación del poeta tantas veces repetida: “siempre traté de que la forma tuviera también su rigor, su exigencia”. Para conjurar el sortilegio que esconde la palabra “compromiso”, Benedetti insiste una y otra vez en que lo suyo es el compromiso, primeramente, con la literatura. Se trata de un aspecto que él ha subrayado a menudo, frente a cualquier tendencia simplificadora de su obra que la sitúe en el marco de la mínima exigencia formal en favor del mensaje cuando éste se convierte en un slogan. Como ha advertido agudamente Manuel Vázquez Montalbán:

“Leer a Benedetti desde la simplificación de la escritura del compromiso es una de las muchas maneras de no leerle, y, en los tiempos que corren, de situarlo más como caso de estudio antropológico que poético: el escritor comprometido sería algo así como un recurso retórico o un estuche para arqueologías del espíritu”.

El propio Benedetti, consciente de la extrema importancia que el término “compromiso” ha adquirido a la hora de valorar negativamente ciertas obras literarias -también la suya-, reflexiona en voz alta en su trabajo “Rasgos y riesgos de la actual poesía latinoamericana”, señalando que “desde la Divina Comedia al Guernica, desde Marat-Sade a Novecento, desde España, aparta de mí este cáliz al Canto general, el ingrediente social ha servido para nutrir el arte de todos los tiempos”[13]. Así, “creer, o hacer creer, que la definición política o social de un intelectual sólo habrá de llevarle al esquematismo, al maniqueísmo, o a la pobreza formal, es hacer una torpe evaluación de los caminos y procesos del arte”. Ya en “La realidad y la palabra”, donde se aproxima a temas y autores contemporáneos de Latinoamérica, había señalado la estrecha vinculación entre literatura y realidad de la que se deriva esa definición política o social a que se refería antes, para concluir que ser realidad y ser palabra, son, entre otras, dos formas apasionantes de ser hombre . De ese modo, tal como ha subrayado Sylvia Lago, “la estructura ideológica aparece como vigoroso sostén de la estructura poética”.

En este sentido, podríamos de nuevo reescribir su “Defensa de la alegría” defendiendo a la poesía de la “retórica” o de las “academias”, pero también “del escándalo y de la rutina”.

Cuando Benedetti escribe este poema, publicado en el libro Cotidianas (1979), un libro que como ha señalado Francisca Noguerol, es “uno de los poemarios más profundos del autor”, ya ha publicado contra la “retórica” y contra la “academia”. Ya ha aparecido su ensayo El país de la cola de paja (1960), su novela en verso El cumpleaños de Juan Ángel (1971), y está a punto de ser publicada su obra de teatro Pedro y el capitán (1980).

También han aparecido poemarios decisivos: Poemas de la oficina (1956), Poemas del hoyporhoy (1961), Poemas de otros (1974), La casa y el ladrillo (1976), aquellos que ratifican los versos iniciales, los que defienden la poesía “como un principio”, “como un destino”, “como un derecho”. Quién puede dudar, después de conocer la larga producción benedettiana, de que la poesía se convierte en la forma en que cristaliza y se hace pálpito el gesto de vivir y de vivirse, la que permite enfrentarse a la “embriaguez del pesimismo” que da título a uno de sus ensayos, y también al tiempo o al olvido.

Lo que sin embargo no magnifica al escritor: defender a la poesía “también de la poesía” es “desolimpizarla”, como escribió el propio poeta. Ya en el año 1963 había dicho el chileno Nicanor Parra que “Los poetas bajaron del Olimpo”, señalando así una de las características de la llamada poesía coloquial o conversacional en la lírica hispanoamericana contemporánea, la que parte de la desmitificación tanto del acto poético como de su sujeto.

Aunque claro, el poema que sí escribió Benedetti no es el que he comentado. Sin embargo, creo que los términos alegría y poesía se unen estrechamente en su obra. No es sólo la alegría que nace del humor, de los juegos de palabras, de los retruécanos abundantes, del ingenio y la ironía, también autoironía que nos define al poeta. Es la alegría íntima y maravillosa de estar vivo, y saberlo, aquella que explica que los versos de Vallejo “hoy me gusta la vida mucho menos, pero siempre me gusta vivir” encabezaran sus Poemas del hoyporhoy (1961). Y saberlo sin concesiones, sin la torpeza que da la ingenuidad, pero sin ceder en absoluto al desamparo.

Benedetti llega a la alegría desde la experiencia personal del exilio y del desexilio, pero también desde la experiencia de la especie: la del desconcierto, la muerte o la tristeza. Sin embargo, si puede defenderse a la alegría “de las ausencias transitorias / y las definitivas”, es porque la alegría no es sólo una conquista del espíritu, también se hace carne y habita entre nosotros. Se corporeiza, se hace palabra, se vuelve sonido y sentido, y entonces desembocamos en el nudo axial que nos explica: aquel en el que poesía y alegría son, en Benedetti, fuentes una de la otra. Conspiradoras ambas contra el frío, la historia o la intemperie.

En “Detrás del humo” ha escrito:
“así imperfecta
a trazos
con erratas borrones tachaduras
así de exigua y frágil
así de impura y torpe
incanjeable y hermosa
está la vida”,
o en “Salutación del optimista”, poema homónimo al de Darío en Cantos de vida y esperanza,
“por eso aprendo y dicto mi lección de optimismo
y ocupo mi lugar en la esperanza” (p. 323),

lo que nos permite ratificar las palabras de Remedios Mataix en Inventario cómplice:
“la lección que Benedetti insiste en aprender y dictar [es] la de un militante de la vida convencido de que la poesía es una de las más nutridas reservas de humanidad -humanidad como cualidad y como especie-, y seguro de que como tal hay que defenderla”.

Con él la esperanza está ilesa y sorprendentemente joven. Por eso creo que Mario Benedetti es el autor más joven que conozco. No le falta razón cuando dice que es “un caso perdido” (en Cotidianas el poema titulado “Soy un caso perdido”), lo que sin duda explica la “conspiración de entusiasmo” de que ha sido, de que es objeto. Y ello, también, porque Benedetti está próximo, para muchos de nosotros, a una forma de alegría sin concesiones que nos habita a veces y que él representa para tantos.

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